Agustín Mañero
15 de agosto de 2013
Trisca el jilguero en la rama;
vuela hacia el nuevo nido,
pues para él ha traído
lo que su hembra reclama:
Mullido musgo de roca,
pajillas de aledaña era,
una pluma volandera
que acaricia cuanto toca.
El fondo se va mullendo
tibio y nuevo;
un confort para los huevos
que irán viniendo.
La pareja -para sus hijos-,
ha ido esponjado el hogar
trabajando sin parar
para ofrecer un cobijo.
Y cosas de la fortuna;
ya casi acabado el lar,
y a un tris de terminar,
una ráfaga inoportuna
echa por tierra la cuna
casi lista para entrar.
¿Qué harán la avecillas
con su frustrado proyecto?
¿Compondrán el desperfecto?
¿Arreglarán la canastilla
y pondrán la otra mejilla
para un nuevo golpe de efecto?
Así ocurre con los humanos:
tras muchos afanes y esfuerzos
sopla, con fuerza, el cierzo
y el trabajo de sus manos
resulta huero o vano;
con resultados adversos.
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