Autor: Agustín Mañero
9 diciembre 2002
Semanas atrás, leía yo un escrito de Herodoto de Halicarnaso *, EL ANILLO DE POLÍCRATES, y atrajo mi atención el consejo que Amasis, rey de Egipto, daba a su querido amigo, Polícrates. Este se fue haciendo muy poderoso y, con sus frecuentes expediciones marítimas - su flota poseía más de un centenar de naves con cincuenta remeros cada una -, conquistó numerosas islas y muchas ciudades fortificadas. La suerte y el éxito le sonreían en todas sus empresas y, en poco tiempo, amasó una enorme fortuna que aumentaba sin cesar.
Preocupado Amasis por los logros de su buen amigo y temiendo por él, le envió a Samos una carta en los siguientes términos:
"Amasis dice esto a Polícrates:
Es muy agradable tener noticia de que un buen amigo y huésped lleva a cabo con la mayor felicidad sus asuntos; por ello tu magnífica fortuna no me desagrada, pero sé que la divinidad es envidiosa y yo mismo preferiría que los problemas que me afectan me salieran unas veces bien y otras con desgracia, y así pasar la vida con suerte variada, unas veces bien y otras mal, antes que ser siempre felices.
Porque nunca conocí ni oí hablar de nadie que después de ser la fortuna próspera siempre, no tuviera al final un desenlace desdichado. Tú sigue ahora mi consejo y procediendo contra aquella felicidad excesiva que gozas, haz lo que te digo: piensa qué es lo que más aprecias porque lo tienes en mayor valor y que al perderlo sepas que pudiera afectarte más y entristecerte: arrójalo donde nunca jamás pueda caer en manos de los hombres.
Si después de esto te siguen saliendo las cosas con tanta felicidad y sin infortunios, repite lo que te he dicho con las cosas que tengas en mayor estimación."
Polícrates pensó que era un excelente consejo y, para ponerlo en práctica eligió un valiosísimo anillo, con su sello, que siempre llevaba consigo; estaba trabajado en finísimo oro afiligranado y llevaba engastada una esmeralda sin par. Mandó aparejar una de sus naves y, ya en alta mar, lanzó al fondo su preciosa joya.
Tiempo después, un pescador que faenaba por aque-llas calas, capturó un hermoso y gran pescado que quiso regalárselo a Polícrates. Este, agradecido, le pidió que le acompañase a comer y, para sorpresa de todos, en el vientre del pescado apareció el sello de Polícrates. Al enterarse Amasis del hecho, comprendió que un hombre no podía apartar a otro de su destino y pensó que su amigo no iba a tener un buen final después de aquel hallazgo. Por medio de un embajador que envió con tal fin, renunció a los fuertes vínculos que les unían, para que, cuando le sobreviniesen las desgracias a Polícrates, no tuviese que sentir en su corazón la tristeza por el dolor de un amigo.
* * *
Me ha llamado la atención el razonamiento que Herodoto atribuye a Amasis. También ahora, a veces, algunos pensamos que una ininterrumpi-da racha favorable puede traernos, al final, alguna mala consecuencia. Pero... ¿qué hacer? ¿Tirar el anillo al mar? Habrá quien diga que si llega la desgracia, será mejor que llegue con anillo que sin él.
Al parecer, este historiador creía en la fatalidad, a pie juntillas. Pensaba que no es fácil torcer el sino de cada cual y que éste se ha de cumplir inexorablemente.
Fuente de la imagen: Wikipedia |
* Herodoto (484-425 a.C.) nació en Halicarnaso (Turquía), aunque se le ha considerado el historiador griego, por antonomasia. Al parecer, estuvo exiliado en Samos, por conspirar contra el gobierno de la ciudad, favorable a los persas. Viajó por Asia menor, Babilonia, Egipto y Grecia. En el 447 a.C. llegó a Atenas y conoció a Pericles. Posteriormente, se instaló en Turos, colonia griega instalada en Italia.
Sus primeros libros tratan sobre las costumbres y vidas de lidios, escitas, medos, persas, asirios y egipcios, y los siguientes, sobre los conflictos entre griegos y persas, conocidos como guerras médicas.
Fue un gran viajero, y en sus trabajos asoma, de continuo, un pensamiento racional. Opina que, en este mundo, nada es estable y cree en el azar y en el destino.
Heródoto, artículo en National Geographic
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