15 ago 2021

Tarzán, el perro de Aspe (¡gracias, Carlos Torres!). Contra las mascotas.

Hace unas semanas (actualización: hace unos meses... sorry, lo dejé en borradores para no perderlo y los días tornaron en semanas y las semanas en meses, pasó el invierno, la primavera... y casi el verano...), decía que gracias a @antitxistu, que compartió la historia que escribió Carlos Torres en Twitter, he sabido de la historia de Tarzán, el perro de Aspe (Alicante).

Así lo cuenta Carlos en su cuenta de Twitter, y os dejo el enlace al hilo por si queréis añadirle algún comentario: https://twitter.com/carlosaspe/status/1317778240229040129

Tarzán, el perro de Aspe

"Tarzán fue un superviviente desde el principio. Lo recogieron unos chiquillos de Aspe (Alicante) en el cauce del río (Tarafa), lugar habitual para el sacrificio de camadas en la década de los sesenta.  Todos sus hermanos estaban muertos, él todavía ladraba cerca del agua.

Después de salvarlo, los críos intentaron que sus padres admitieran al perro como mascota pero ninguno tuvo éxito en su empresa. Al final lo acabaron llevando a un árbol de la plaza del pueblo, justo delante de la iglesia, y se conjuraron para encargarse de él entre todos.

En los primeros días, los chavales del pueblo fueron alimentando a aquel perro con sobras de sus casas, botes de leche condensada de la tienda de los padres de uno de ellos y cualquier cosa que pudieran rapiñar por donde fuera. Poco a poco el perrete fue ganando peso.

Pero había que bautizarlo y, en la disputa por ponerle nombre, ganó el candidato que propuso llamarlo como el protagonista de la última película que habían visto en el cine: Tarzán en Nueva York.  Tarsán (que se note cómo se pronunciaba), fue un perro de peli desde el principio.

Una mañana, el lacero del pueblo atrapó al perrete para darle pasaporte porque Tarzán no tenía las vacunas al día. Se cuenta que los chavales huyeron de la escuela para convencer al señor, con métodos poco pacíficos, de que dejara libre al animal.

Para remediar otro susto, los chiquillos iniciaron una colecta con el dinero que sus padres les daban para pasar el domingo y pagaron de su bolsillo las vacunas para que el perrete estuviera al día con sus obligaciones víricas.

Desde entonces, Tarzán se convirtió en un personaje habitual de la plaza y de su sitio predilecto para echarse la siesta: la iglesia. Era tan pacífico que fue él único perro al que se le permitió el privilegio de entrar al templo y tumbarse a la bartola entre los bancos.

Pero eso no es lo que convierte a Tarzán en un perro digno de recuerdo, porque si Hachiko veló día tras dí el recuerdo de un hombre, Tarzán acompañó el duelo de todo un pueblo.

Los aspenses de la época recuerdan que no había boda, comunión o bautizo que no contara con la presencia del perrete. En las fiestas, el can se situaba al lado de "Tófilo el de los cuetes" y, cuando la pólvora explotaba en el cielo, él ladraba de alegría.

Pero no todo era jolgorio. Tarzán sabía que había que estar a las duras y a las maduras. Eros y Tánatos. Por eso, cada vez que un vecino del pueblo moría, Tarzán aguardaba en la puerta de la iglesia a que el féretro saliera para acompañar con su solemnidad el resto del entierro.

Llegado a un punto intermedio del trayecto que separa la basílica del cementerio, los sacerdotes despedían al cortejo fúnebre y regresaban a la iglesia. Tarzán no, Tarzán apechugaba y seguía al difunto hasta el pie de su tumba y allí se quedaba hasta que acababa todo.

No importaba lo bueno o malo que hubieras sido en vida, mientras Tarzán habitó las calles del pueblo, no hubo aspense al que Tarzán no despidiera. Me gusta pensar que, como nunca fue de nadie, decidió agradecérselo a todos.

El perro estaba tan integrado que cuentan que, en una de las visitas que hizo Alfredo Krauss para actuar en Aspe, el tenor conoció a aquel perro tan peculiar y se quedó maravillado. Treinta años después, de regreso para otra actuación, todavía se acordaba y preguntó por él.

¿Pero qué fue de Tarzán? ¿Dónde está enterrado el perro que iba a los entierros de los demás? Nadie lo sabe. Algunos cuentan que en su último entierro, al llegar al cementerio, decidió seguir camino y no pararse. Desde aquel día nadie volvió a verlo.

Recuerdo que, rascando fuentes para escribir una artículo sobre Tarzán hace ya algunos años, mi abuelo me contó que nunca vio tal unanimidad en el amor por un perro callejero. Esta semana de cifras nefastas he vuelto a acordarme de él.

Este año mi abuelo sufrió un ictus y murió a los 95. El estado de alarma estaba en sus peores días y no todos pudimos ir a despedirlo. Ojalá hubiera estado Tarzán ahí y en el resto de entierros en los que los aspenses no pudieron acompañar a los suyos.

Tarzán dejó tantos recuerdos que hoy, aquel perro callejero, salvado por chiripa de la muerte, tiene una estatua en su pueblo. Alfredo Kraus fue una de las personas que arrancó la iniciativa. 

Estatua de Tarzan en Aspe. Fotografía de Julio Asunción

Además de la estatua en el auditorio Alfredo Kraus, los alumnos del Taller de Cortos coordinados por Juan Torres narraron hace unos cuantos años la historia completa en un documental que podéis ver aquí. No sale Richard Gere pero ni falta que hace".

 

PERROS Y PERRAS POPULARES

Es una pena que se haya asentado la idea de que los animales son mascotas, haciendo de un ser vivo una propiedad privada. Las perras y perros que son de barrio, colonia o pueblo acompañan y cuidan a la gente, sobre todo a las niñas y niños, siempre que no sean maltratados y los cuidemos en su libertad.


Al hacerlos mascota, humanizamos a estos animales, los atamos con sus correas y collares, los encerramos en viviendas, los educamos para decirles cuándo mear, cuándo caminar, cuándo comer... y los hacemos sumisos.

Comunicándonos con un perro en Nayón (Ecuador)

Cuando estuvimos en Quito hace dos años, nos alegró mucho ver que seguían existiendo estos perros populares, que estaban realizado una labor importantísima ante las agresiones de narcos en barrios y colonias abandonadas por el Estado. Paseaban por las calles haciendo que el tráfico (hiperdenso en esa ciudad) fuera más lento y así, facilitar que las niñas y niños puedan transitar con menos peligro. Sin embargo, las autoridades, compinchadas con la Universidad, estaban planeando nuevos planes para apresarlos (a los perros me refiero, aunque también quieren apresar a las niñas y niños, en escuelas...) por supuestos motivos de "salud pública", etiqueta que conocemos muy bien por su carácter represor. 

Querían en la UDLA, con sede en Quito, realizar con estudiantes como actividad de "aprendizaje-servicio" o "vinculación comunitaria" una revisión del estado de los perros sueltos en Nayón y una desparasitación, como idea interesante en la que se podía ayudar al control de lo negativo, tomar datos de su estado de salud, contar cuántos perros sueltos había... Puede que esta idea sea interesante, lo malo suele ser que la Universidad es muy dada a publicar la información recopilada sin tener en cuenta el uso que pueda darse, como por ejemplo, informar a las autoridades de la situación perruna para que sean estas quienes den el paso de apresarlos, eso sí, de forma bien presupuestada. Un ejemplo de cómo una acción "positiva" puede hacer mucho daño.

Les explicamos que, en realidad, no era necesario realizar esa acción porque la propia comunidad se responsabilizaba del buen estado de los canes. De hecho, había un cartel en la puerta de la iglesia que se ve en la fotografía donde se convocaba a una actividad de vacunación y desparasitación de los perros comunitarios, así que, de hacerlo la universidad, podía, además, debilitar un proceso comunitario de cuidados. No es que conociéramos Nayón, simplemente fuimos un día y vimos el anuncio en la puerta de la iglesia, vimos cómo las vecinas y vecinos cuidaban de los perros sueltos, de cómo estos acompañaban a las niñas y niños... en una relación de cariño y cuidados mutuos.

El perro que venía a clase en Nanegalito (Ecuador)

Este otro perro de la foto es el que acudía puntualmente a las clases teóricas que se impartía al alumnado de Medicina y Enfermería en prácticas, en el hospital de Nanegalito. Nos acompañó en la clase que dimos porque es lo que hacía habitualmente. Como veis, estuvo tranquilo y escuchando con atención.

¡Libres nos queremos!

"El policía que ríe", novela policíaca de Per Wahlöö y Maj Sjöwall

Esta novela, que me ha tenido enganchada y, tengo que decirlo, desvelada dando vueltas al tema, es un nuevo caso del inspector Martin Beck, aunque en realidad él no es el protagonista sino, como mucho, el coprotagonista de la historia. Desde el principio, por cómo se plantea el caso, ahí le he andado tratando de descubrir lo sucedido pero también, pendiente de cada hilo que han ido primero sacando y después tejiendo a lo largo de la novela.

Os recomiendo que no leáis de qué va, ni la contraportada ni nada, porque me pareció mucho más intrigante no saberlo hasta que fue presentándose en la trama. Por eso no os voy a poner aquí de qué va, sino solo un par de cosillas que me han gustado.

La autoría es de Per Wahlöö (Estocolmo, 1935) y Maj Sjöwall (Goteborg, 1926), que eran pareja y que entre 1965 y 1975, escribieron juntos diez novelas de misterio en las que crearon el personaje de Martin Beck, algunas de las cuales han sido llevadas al cine. Comunistas declarados y periodistas, pensaron que la ficción podía ayudar a presentar temas de los que no podía "hablarse" en Suecia. La novela negra ha sido un refugio del pensamiento comunista, anarquista y libertario, donde la crítica social y política ha podido expresarse de forma no panfletaria, para que cada quien se haga su propia construcción ideológica de los hechos.

Dice el escritor multipremiado Jonathan Franzen, quien escribe el prólogo, que con esta novela, puede decirse que sentaron las bases de la novela negra europea.  "El policía que ríe atraviesa la fealdad del mundo real para alcanzar finalmente la belleza autosuficiente del trabajo policial bien hecho. El libro se nutre de la tensión entre la visión antiutópica de los autores y el optimismo propio del género". Por cierto, os recomiendo que también os saltéis su prólogo, ya tendréis tiempo de leerlo cuando terminéis el libro, que seguro será rápido si os sumergís en la historia.

¿Qué hacer cuando la terminéis? Tenéis otras nueve novelas del inspector Beck, como las que tiene Javier en la estantería de casa, de donde voy tomando libros de esta biblioteca casera muy apetecible y diversa.

Lo que quería comentar de este libro es... bueno, esto creo que es deformación profesional docente... me gusta que van desarrollando el caso de una forma muy artesanal, donde cada persona del equipo de trabajo va trabajando en aspectos diferentes que van encontrando. No se trata de un superdetective megalisto que deja boquiabiertos al resto del equipo, como pasa muy a menudo (que sería un hiperliderazgo), sino que más bien cada cual va trabajando desde sus habilidades e incorporando los saberes de sus compañeros. Teniendo en cuenta la dificultad del caso que investigan, van trabajando todas las líneas, van descartando pero, al mismo tiempo, sin apartarlas completamente, sino revisándolas por si se les escapaba algo.

Me parece que trabajar de esa manera ayuda a incorporar las diversidades sin homogeneizar a la gente que participa, es decir, se trabaja desde el disenso, respetando la autonomía y tejiendo desde la interdependencia.

La escritura es una maravilla, sin florituras pero sin simplificar, manteniendo la tensión argumental con conversaciones que no caen en tópicos policíacos sino que plantea diferentes dilemas. La traducción es de Martin Lexell y Manuel Abella (2009), en un trabajo fluido y agradable.

 

FICHA TÉCNICA

Título original: Skrattande polisen

Título traducido al español: El policía que ríe

Primera edición original: 1968

Primera edición en español: 2009. RBA Libros S.A, Barcelona

Quinta edición (2010). 287 páginas.