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3 mar 2013

Los peligros del bosque, microcuento de Lagestroemia

Autor: Lagestroemia
Agustín Mañero


LOS PELIGROS DEL BOSQUE
 
         —Caperucita, coge esa cesta con provisiones y llévasela a la abuelita. Llevas varios días sin ir a verla y ya sabes lo sola y desamparada que está. No te entretengas por el bosque; merodea el lobo y podría comerte. Ataca, sobre todo, a los niños y a los ancianos.

         —Ya voy, mamá  —responde, sumisa, la niña.

         Y así, alegre por volver a casa de su abuelita, la pequeña alcanza las estribaciones del bosque. Allí, se entretiene observando los rojos y blancos de una amanita muscaria, gira la cabeza para guiñar un ojo al verderón serrano que gorjea, sonríe a la lagartija que repta, se sienta en el mullido musgo que tapiza la sombra del enorme roble y se empapa del variado embrujo nemoroso. 
  
         De pronto, le viene a la memoria el peligro anunciado por su mamá y,  olvidando las mil tentaciones que le ofrece la foresta, reanuda el camino. Siente hambre y tentada está de tomar alguna golosina de las que lleva, pero, desiste.

         Tam, tam, tam.
         —¿Quién es?

         —Soy yo, abuelita, ábreme. Te traigo una cesta con provisiones.

         —Hola hija, ¿qué tal estás? 

       —Bien, abuelita, bien, pero estoy hambrienta. ¿Qué tienes, hoy, para comer? 

         —Estofado de lobo.

13 nov 2012

Celestina Luna, de Lagerstroemia

Autor: Agustín Mañero
Enero de 2012


Sería culpa de la luna llena, pero el caso es que por la savia de su albura, le subía un calor desconocido, tierno y arrebatador. Aquel cosquilleo posiblemente fuese lo que llaman amor, sentimiento que nunca había experimentado. 

         Llevaba viéndolo treinta años y jamás le había parecido tan guapo. Quizá fuesen los plateados rayos lunares que brillaban en el borde de sus hojas, quizá el rítmico balanceo de sus ramas mecidas por el viento, quizá… No lo sabía con certeza, pero el caso es que aquel roble, tan alto y tan buen mozo, le había robado el corazón. 

         El haya, coqueta, aprovechando un breve soplo de aire, le lanzó por entre sus ramillas un silbido admirativo, recabando su atención. Respondió él agitando sus ramas con toda la fuerza de su poderío, mientras sus hojas —algunas ya resecas—, entrechocaban con la alegría de la castañuela y el júbilo de la pandereta. 

         Se amaron. 

         Para consumar ese amor, ella dejó caer su más hermoso hayuco que fue a dar junto a su amado y él, conmovido, depositó su bellota más lustrosa contigua al preciado regalo.


Hoy, a la vera del cortafuegos, crece un esplendoroso híbrido fruto de una pasión vegetal.  

Lagerstroemia