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15 nov 2015

Ovillejos...

Tirando del hilito...

Agustín Mañero, colaborador asiduo de este blog, se interesó por los ovillejos recordando a Miguel de Cervantes en clase de Literatura...

Fuente de la imagen: Blog Mis Viajes Por Ahí, de Inés Fernández

Los primeros ovillejos conocidos los escribió Cervantes. Concretamente, en La ilustre fregona y en el capítulo XXVII del Quijote. A continuación se reproduce uno de ellos:

¿Quién mejorará mi suerte?
¡La muerte!
Y el bien de amor, ¿quién le alcanza?
¡Mudanza!
Y sus males, ¿quién los cura?
¡Locura!
Dese modo no es cordura
querer curar la pasión,
cuando los remedios son
muerte, mudanza y locura.


A partir de ahí, se animó a escribir un ovillejo, por experimentar creando y crear experimentando...



          OVILLEJO
—Te dedico este ovillejo.
          —Te dejo.
—Lo rimaré en consonancia.
          —Mi gracia.
—¿Estará pasado de moda?   
          —Toda.

De esta manera tan boba
he escrito el ovillejo.
Te lo ofrezco muy parejo;
te dejo mi gracia toda.

    Agustín Mañero

Y tirando, tirando, me ha picado a mí también la curiosidad... y he querido añadir estos ovillejos que he encontrado buscando aquí y allá:

OVIJERO DE LA MUJER Y EL VINO
¿Qué es bueno sin desatino?
¡El vino!
¿Y es del hombre gran  placer?
¡La mujer!
¿Y qué cumple en su presencia?
¡Prudencia!
Pues si no cabe en su ausencia
la felicidad lograr
tampoco se ha de olvidar:
¡con vino y mujer, prudencia!

Julio G. Alonso, extraído de Lucernarios.net

OVILLEJOS DE AMOR


(I)
Tu sonrisa tan soñada:
¡Morada!
La certeza de quererte:
¡Mi suerte!
Tus labios en noche oscura:
¡Ventura!
Es una dulce locura
el amor cuando nos ciega
y nos deja como entrega:
 morada, suerte y ventura.

(II)

¿Quién zanjará mi dolor?
¡Amor!
Aquel instante sagrado:
¡Ansiado!
Cuando tu abrazo yo evoco:
¡Sofoco!
Si en mis sueños te convoco
todo mi ser se estremece
y por mi piel enardece
amor, ansiado sofoco.

(III)

Es tu caricia perdida.
¡Herida!
Por estar bajo tu abrigo.
Te sigo.
No sé qué será de mí.
Sin ti.
Desde que yo te perdí,
todo camino es oscuro
y aunque vivir yo procuro,
herida sigo sin ti.


Candela Martí, extraídos del blog De Lo Vivido Y Lo Soñado

Y, con un poco más de sorna, voy a compartir aquí también las creaciones de Alejandro Norés Martínez, recogidos por José Playo en su blog Péinate que viene la gente y que a lo mejor resultan fuente de inspiración para Agustín...

A Eduardo San Romón
San Romón, el Oso aquél,
más pinchador que jeringa,
se casó con una gringa
que puede ser hija de él.
Si tiene hilo el carretel
lo sabe sólo el colchón;
porque, cojudo o capón,
lo mismo que pingo viejo,
no le queda en el pellejo
más que el pedo y el envión.

(nota: Un tal doctor Vesco también tuvo su ovillejo. El hijo, ofendido por la poesía burlesca contra su padre, se vengó con un escrito en el que cargaba contra Nóres Martínez. Así le respondió el autor):
Al hijo de Vesco
El hijo mayor de Vesco,
que tiene olor a calostro
me quiere llegar al rostro
con un brulote grotesco.
Yo que el escarnio aborrezco
por tosco, burlesco y hosco,
junto al brulote me enrosco,
y con asco versallesco,
me cago encima de Vesco
y el chico, que no conozco.

9 nov 2015

Jornada con un inocente, de Agustín Mañero

Tras un largo periodo transcurrido desde la última publicación, Agustín Mañero ha tenido la sensibilidad y delicadeza de reestablecer la comunicación conmigo y con este blog. Me es muy grato anunciar que retomamos donde lo habiamos dejado... dicebamus hesterna die que diría Fray Luis de León, para seguir publicando sus escritos en este blog junto con otras cosas que vaya encontrando.

Os dejo este relato que tan bien presenta el propio autor, ¡que lo disfrutéis como lo he hecho yo!


Autor: Agustín Mañero




Este relato, escrito al poco tiempo de su fallecimiento y basado en la novela “Los Santos Inocentes” de Miguel Delibes, pretende ser un homenaje al extraordinario escritor con el que, al parecer, me podrían haber unido otras aficiones además de la literaria. La caza, por ejemplo. El disfrute de la amanecida campera, el bravo vuelo de la perdiz, la simpática huida del gazapo hacia su madriguera, el descanso durante el almuerzo, oliendo a jara y tomillo…
Vaya por delante mi admiración por don Miguel Delibes, conocedor como pocos de la lengua española, idioma que sabe utilizar con precisión y acierto, pero a la vez, con entretenida y didáctica redacción.


JORNADA CON UN INOCENTE


         ¡¡¡Pam!!!
         —¡Va de ala, Azarías!  ¡A tu derecha! ¡Pon el perro sobre la pista!
         —¡Ya, ya voy, don Miguel! —y el hombre, por darle gusto al señorito, lleva a “Manchas” —Epagneul Bretón— hasta el rastro. Piensa que a él no le hubiese hecho falta perro alguno para cobrar esa perdiz que se oculta tras un torvisco, pero…

         Miguel no está lo que se dice contento, si por contento se entiende el que te salgan las cosas medio bien o que los problemas no se acumulen y enreden en determinados asuntos. Porque… ¡hay que ver lo que le ha ocurrido!  Faltando una semana para la apertura de la veda general, Luciano se ha puesto enfermo con unas fiebres que, según dice, sacan el mercurio del termómetro. Emilio ha marchado al extranjero, a casa de su hija, y Casimiro Cerrillo —que habitualmente completa el cuarteto— ha tenido un accidente con el automóvil. Por fortuna leve, pero suficiente como para dañarle un tobillo. “Y… ahora, ¿con quién voy de mano a las perdices?”, se pregunta el cazador, el día antes de la apertura.
         —Si quieres, puedo decirle al Azarías que te acompañe. Ya sé que no es cazador y que si le diésemos una escopeta, con su atolondramiento, sería capaz de pegarle un tiro a don Manuel, el párroco, pero, sin ella, te escoltará y podrá acarrear el macuto con el almuerzo y la bota de vino. Además, a él no le baldará los lomos la mochila con los cartuchos y con las piezas que cobres —le ha ofrecido Casimiro.
         —Bueno…, si no hay otro remedio… —accede, derrotado, su amigo Miguel.
         Y de esa manera, se ve el señor Delibes con el compañero más pintoresco que, para la caza, hubiese podido imaginar. Es el Azarías un empleado en la granja del amigo Cerrillo, y en su cometido se incluyen cuantas labores imaginables puedan desarrollarse en la ranchería que flanquea la estancia. Nacido y criado en ella, posee —al decir de las gentes— unas cualidades sobresalientes en lo que a la naturaleza y al campo se refiere; un instinto casi, casi, animal. Con esa excepción, parece que a la hora del reparto, la fortuna no fue muy pródiga con él y es patente su ineficacia. Sin embargo, sus pocas luces intelectuales las suple con una entrega devota hacia su amo y un quehacer abnegado, continuo y servicial que podría llamarse servilismo. De aspecto pueblerino y rural —más que el chorizo, dicen las gentes capitalinas—, tocado con breve y grasienta boina capada y enfundando su breve pero recio cuerpo en pana raída por el uso, el hombre va gastando su vida.  Su cara enseña unas encías que, antaño, alojaron algunos dientes y, enmarcados en la renegrida faz, sus ojos, pequeños y juntos que se adornan con alguna pertinaz legaña, ahora esperan la correspondiente orden del señorito al que acompaña y que observa cómo él, el Azarías, cuelga la cobrada perdiz en la percha.   
—Vamos por esta trocha —es el mandato y por ella se llegan hasta el cercano teso.  El Azarías camina al borde de la planicie, un poco adelantado; don Miguel a media ladera para tener la oportunidad de tirar a las patirrojas que pueda encaminarle su acompañante.
         ¡¡¡Pam!!!  ¡¡¡Pam!!!  El doblete es de mérito. La primera —tiro de cola—, apenas ha sido tapada por el punto de mira durante el vuelo. La segunda, un macho viejo, sesgada y catapultada ladera abajo como un meteorito, es parada en seco por los perdigones nº 6 de don Miguel. Este lance ha sido propiciado por “Tula”, la Perdiguera de Burgos que ha aguantado una larga y espectacular muestra a la pareja de perdices. Se ha lucido en ese lance y, posteriormente, en el cobro. El animal tiene unos vientos tan finos como los del mejor Pointer o Braco y es capaz de realizar una muestra tan firme y sostenida como pueda hacerlo el más renombrado Setter Inglés.  Miguel, orgulloso, la acaricia. Tras el cuelgue de los dos trofeos y a un gesto del  cazador, el Azarías se encamina hacia un próximo canchal. En un aparte, éste se aproxima al señorito y “soto voce”, con la palma ahuecada haciendo de bocina conductora, susurra muy quedo al oído de don Miguel: «el aire huele a caza».  “Pero bueno…: ¿Será posible que este hombre pueda oler la caza? ¡Eso sólo ocurre con algunos animales!” murmura el señor Delibes que ya no sabe qué pensar con respecto a su eventual acompañante.
         Tras un bandito que se levanta fuera de tiro, del canchal salta un lebratón hacia el pardo-rojizo de una jara y, en ese breve espacio, tropieza con la perdigonada que lo acierta de lleno. El secretario carga su carga.  
         —Vamos a tomar el taco, Azarías; llevamos pateando algún tiempo y es conveniente descansar un rato —masculla don Miguel. Obedece su ayudante y sentados en dos canchos, con las espaldas apoyadas en un alcornoque mocho, van dando cuenta de la pitanza.
         —¿Y…qué tal por la granja, Azarías? Me han dicho que tocas todos los oficios; ¿es verdad?
         —Está mal que yo lo diga, pero así es, don Miguel; ¿qué otra cosa he de hacer? Lo mismo abrevo el ganado que limpio la cochiquera; meto el heno en la tenada o cambio la paja del corral. También doy de comer a las gallinas,  baldeo su aseladero y…  Poco, poco tiempo libre me queda; si alguno tengo, suelo emplearlo para ir a lo de mi hermana, la Régula; vive lejos ¿sabe usted?    
—Oye, Azarías: me han dicho que puedes distinguir los más sutiles efluvios en el monte, oler de lejos a los animales y no sé cuántas cosas más; ¿es eso cierto?
—Sí, señorito, pero el que de verdad ventea el aire, es mi cuñado Paco, el Bajo. Ése es capaz de saber cuando se acerca una cabalgadura a más de cien metros de distancia, aunque él no parla con los pájaros, como yo.
—¿Con los pájaros, dices? ¿Qué tú hablas con los pájaros? No lo puedo creer.
—Que sí, don Miguel; se lo aseguro. Tuve una hembra —Gran Duque le decían— que ya murió, pero con ella hablaba y me entendía. ¡Milana, milana bonita!, solía llamarla. También suelo comunicarme con el cárabo mientras corro el bosque: buhú, buhú, aunque éste se muestra huraño y no quiere que le rasque la frente como a la milana. ¡Se lo digo yo! Además…
Miguel asiste perplejo a la exposición de las habilidades de su accidental compañero y a los detalles que éste le va proporcionando. En una pausa de su reveladora charla, el Azarías se percata del silencio del señorito y poco acostumbrado a tener un auditorio respetuoso, enmudece.
Terminado el refrigerio y el unilateral parloteo, el cazador, su ayudante y los dos perros, prosiguen su faena.
Dos horas después, han aumentado en cinco el número de pájaros que el Azarías cuelga de la percha; luego, a comer. Retrepados contra la medianera pedregosa de dos fincas, a la sombra de un almácigo tupido y mientras dan cuenta del frugal refrigerio, don Miguel —con hábiles preguntas que no lo parecen, proferidas con la espaciada lentitud del desinterés—, se va enterando de más detalles de la vida del Azarías. Éste, a trompicones, le informa sobre la existencia de su sobrina, la Niña Chica, de la grajilla que le regaló su sobrino, el Rogelio, a la que también llamaba milana bonita sin distinguir entre a la humilde córvida y el pretérito y soberbio búho real que originó el apelativo. Menciona al señorito Iván —amo de Paco, el Bajo, a quien Isaías se ha propuesto  ahorcar por atizarle una perdigonada a su última milana bonita—, a su sobrina Nieves que ha empollinado de repente, sin cumplir los quince, y a don Pedro, el Périto, y a doña Purita, su mujer, que le engaña con el señorito Iván y a toda la caterva de personajes que, de un modo u otro, han tenido y tienen que ver en la vida de aquel hombre inocente.
Y hasta finalizar esa jornada cinegética, don Miguel Delibes será acompañado por el pintoresco y voluntarioso personaje que, con perenne sonrisa y resignado gesto, porta la pesada carga de la mochila igual que en su vida sobrelleva la carga social que le ha tocado en suerte.  Imperturbable.
Ése día y por medio del hábil interrogatorio, el señor Delibes obtiene el material necesario para que, una vez retocado con su maestría literaria, le sirva como argumento para el libro: «Los Santos Inocentes»

 Agustín Mañero
26 de marzo de 2010  


torvisco. (Del lat. turbiscus). m. Mata de la familia de las Timeleáceas, como de un metro de altura, ramosa, con hojas persistentes, lineares, lampiñas y correosas, flores blanquecinas en racimillos terminales, y por fruto una baya redonda, verdosa primero y después roja. La corteza sirve para cauterios.

trocha. (Quizá del celta *trōgium). f. Vereda o camino angosto y excusado, o que sirve de atajo para ir a una parte. || 2. Camino abierto en la maleza. || 3. Arg., Bol., Par. y Ur. Ancho de las vías férreas.

teso, sa. (Del lat. tensus, part. de tendĕre, estirar). adj. tieso. || 2. m. Colina baja que tiene alguna extensión llana en la cima. || 3. Pequeña salida en una superficie lisa. || 4. coloq. Áv. Cada una de las divisiones del rodeo en las ferias. || 5. Tol. Sitio en que se efectúa la feria de ganados. □ V. lima ~.

jara. (Del ár. hisp. šá‘ra, y este del ár. clás. ša‘rā', tierra llena de vegetación). f. Arbusto siempre verde, de la familia de las Cistáceas, con ramas de color pardo rojizo, de uno a dos metros de altura, hojas muy viscosas, opuestas, sentadas, estrechas, lanceoladas, de haz lampiña de color verde oscuro, y envés velloso, algo blanquecino; flores grandes, pedunculadas, de corola blanca, frecuentemente con una mancha rojiza en la base de cada uno de los cinco pétalos, y fruto capsular, globoso, con diez divisiones, donde están las semillas. Es abundantísima en los montes del centro y mediodía de España


cancho. (De or. inc.). m. Peñasco grande. || 2. canchal (ǁ peñascal). U. m. en pl. || 3. rur. y vulg. Sal. Borde, canto o grueso de un objeto. || 4. rur. y vulg. Sal. Casco de la cebolla. || 5. rur. y vulg. Sal. Parte carnosa del pimiento.

aselar. (De sel). intr. Dicho de las gallinas o de otros animales: Acomodarse para dormir, normalmente en un lugar alto. U. t. c. prnl.

almácigo1. (De almáciga1). m. lentisco. || 2. Árbol de la isla de Cuba, de la familia de las Burseráceas, que llega hasta ocho metros de altura. Tiene el tallo cubierto de una telilla fina y transparente que le da un brillo cobrizo; su fruto sirve de alimento a los cerdos; sus hojas, de pasto a las cabras, y su resina se emplea para curar los resfriados, y también como remedio vulnerario y diaforético.

22 ene 2014

Ortografía Emmental, curiosidades de la lengua, por Ángel U.


En algún curso de bachillerato, a finales de los 60, nos pusieron de maría una asignatura que venía a ser “repaso de lengua”. La daba un cura encapotado que llegaba a clase en olor de multitudes, con los alumnos esperándole a la puerta para aclamarle y jalear frases de alabanza. 

En las sesiones de repaso repetía y tripitía siempre los mismos ejemplos, las mismas frases modelo. “Oración concesiva. Aunque la mona …” 

El ambiente de clase era participativo a tope, así que los alumnos, en cuanto oíamos aquello de la mona montábamos un follón mayúsculo coreando como energúmenos “se vista de seda, mona se queda”. Luego con aplausos y vítores le hacíamos ver que habíamos acertado, golpeábamos los pupitres con los puños y brincábamos de alegría sobre los asientos. Eran, sin duda, clases de gramática viva.

Cuando la bulla se apaciguaba, le decíamos a aquel catedrático ensotanado que con él aprendíamos más que con otros, que era un santo y que nos bendijera. Y vuelta a empezar.

A veces las frases lanzadera tardaban en llegar y éramos los de letras los que dinamizábamos la sesión con un sinfín de preguntas trampa. 

Un día nos salió el tiro por la culata. Ocurrió mientras corregíamos un dictado en que aparecían “cabos de pies cavos” y gansadas así. El cura, investido de todas la ciencias gramaticales, vagaba por el aula pavoneándose de saber diferenciar entre “vaca” que da leche y “baca” de autobús. 

Pero cometió un desliz. “No es lo mismo baca con be, que vaca con uve. Tengan mucho cuidado, las dos (?)acas son distintas según se escriba”.

Los alumnos que estábamos en el turno de incordio no podíamos dejar escapar una ocasión de oro. “Yo no sé escribir eso”, dijo alguien. “¿Las dos (?)acas esas, dichas a la vez, con qué se escribe, con be o con uve?
 
Nos fulminó con la mirada y luego nos habló de la imposibildad de referirnos a las dos vacas a la vez. Pero el alumno erre que erre: “Claro, es que usted dice Las dos (?)acas no existe porque no puede existir. Es un ser imposible y no se puede decir. Pero lo dice. Lo hemos oído todos”. 

Terciaron otros: “¿Qué no se puede decir? ¡Si estáis venga decirlo! Será que no se puede escribir”. “¿Y qué pasa con lo de los dos (?)arones? ¿Se puede decir, se puede escribir o no?”.

El enviado de Dios al aula ya no pudo atajarlo, entró en estado de pánico y tuvo que recurrir a la intercesión de santos y al sistema de castigos. Fue el día de la ira del señor. El día en que alguno de letras acarició con su mejilla una mano de santo.

¿Quieres leer el trabajo completo? Puedes leer la continuación aquí (utiliza el botón de "View fullscreen", las flechas en cuadrado que verás en la parte inferior, para ver en tamaño completo):

´
Ortografia emmental, de Ángel U.

17 ene 2014

La bata blanca trae cola, relato de Agustín Mañero


LA BATA BLANCA TRAE COLA

Mi primer intento con los lienzos y colores no me ha dejado satisfecho. Tratando de ver el lado bueno de la cuestión pienso que esa etapa ha sido positiva, en cierto modo. Me ha enseñado lo que debo y no debo hacer en este campo. Tras esta reflexión, he decidido iniciar un nuevo aprendizaje pictórico y me he matriculado en un centro que se anuncia como imprescindible cimiento para los que aspiramos a manchar, con alguna gracia claro, telas y papeles. En esta empresa, que cae cerca de mi casa, me atendió una joven rubia que no podía ocultar su relación con la pintura. La tenía por toda su cara.

Buenos días señorita. Quisiera apuntarme al curso que ustedes anuncian, para la iniciación de pintores, tanto en óleo como en acuarela.

Buenos días. Le voy a entregar un folleto en donde se indican las fechas, el lugar y el precio del curso. Puede usted inscribirse por meses o trimestres, como prefiera. —Y sin más, me entregó la información del “Centro para el dominio de la pintura por el conocimiento exhaustivo del cromatismo irisado”. Lo hojeé allí mismo.

En principio me interesa. Voy a abonarle ahora el pago de un trimestre e iniciaré las clases la próxima semana —le dije.

Éstas son las oficinas, pero las clases se imparten en el edificio “Eguzki-Eder. ¿Conoce usted esa nueva construcción dedicada a oficinas y centros varios que se encuentra a la salida de la ciudad? Pues allí es. Vaya usted el lunes a las diez de la mañana, al departamento cuatrocientos cuarenta y cinco. Para el primer día no hace falta que lleve pinceles ni material alguno, ya que, al ser clases en cierto modo personalizadas o individuales, será instruido en las gamas cromáticas mediante vídeos y diapositivas. Eso sí, lleve una bata, porque quizá le inviten a realizar alguna mezcla de colores y a combinar tonos.

A las diez menos cuarto llegué al flamante edificio. En su totalidad estaba destinado a despachos, oficinas, consultorios diversos, academias y ¡qué se yo! Incluso, en la cuarta planta, en donde se hallaba el “Centro para el ...etc. existía —según leí en el amplio cartel del vestíbulo—, un consultorio médico que, al parecer, tenía que ver con algún igualatorio privado. En aquel piso y entre un sinfín de puertas, localicé la cuatrocientas cuarenta y cinco, que pertenecía a mi nuevo centro de aprendizaje. Me recibió una jovencita de pocas carnes y menos luces en su cerebro.

Sí... sí... Puede usted dejar el abrigo en esos colgadores del vestíbulo. Póngase la bata y vaya, por favor, a la tercera..., no, a la cuarta..., bueno, no importa. Saliendo al pasillo, a la izquierda, verá la puerta de nuestro Centro.

Mi timidez me impidió recabar datos más precisos, así que, sin más preguntas me encontré en el pasillo de la cuarta planta, ataviado con mi impoluta bata blanca que mi cónyuge se había empeñado en lavar con el detergente, ese luminoso que limpia, aclara y da esplendor. Las puertas se me ofrecían todas iguales y, a pesar de ser un edificio de nueva construcción, se veían algunos rótulos despegados y mutilados. Conté, tres... cuatro... A mi izquierda se veía una puerta como todas las otras, con un letrero roto, que en su inicio decía «Centr...» “Aquí es”, me dije. Dos discretos golpecitos en la puerta y accedí al interior.

¡Ya es hora! ¿No le parece?
Señora, todavía no son las diez...
Pues ya llevo casi un cuarto de hora esperando. Por lo visto, hoy no han encendido la calefacción y me estoy quedando helada, —exclamó mi presunta modelo.

¡Joder con la academia ésta! Vaya una organización desastrosa. Me dicen que el primer día no traiga material pictórico y me preparan una señora para que pinte un desnudo femenino.” pensé.

Bueno, ¿me reconoce, sí o no?
Pues... la verdad, así... al pronto...
¡Oiga, ya está bien de espera para que, ahora, me venga usted con dudas. Estoy dispuesta a presentar una denuncia en toda regla contra el Igualatorio!

La señora se mostraba beligerante en sumo grado. Sus bonitos ojos despedían rabiosos destellos y, pusilánime que es uno, me dejé llevar.

Si usted insiste, señora...
¡Cómo que si insisto! “¡Desnúdese usted que, en un minuto, viene el doctor!”, me dijo la enfermera, y aquí me tiene, aterida de frío. No creo yo que para que a una le realicen una mamografía tenga necesidad de tan larga espera.

Mis conocimientos de medicina se reducen a colocar una tirita en el correspondiente rasguño y poco más, pero ante aquella belicosa y enfadada treintañera, tuve que adoptar una actitud hipocrática, que no hipócrita, porque el investigar en aquel terreno no me disgustaba, en absoluto.

Vamos a ver, señora... —fue mi preámbulo a la palpación que iniciaba. Primero el derecho, luego el izquierdo, para cambiar seguidamente y volver al comienzo. Mis manos no paraban de “reconocer” a los posibles “enfermos”. Del rincón más profundo de mi cerebro, emergía un rijoso pensamiento diciéndome que aquello de la medicina no estaba nada mal.
¿Nota alguna dureza? —me preguntó la paciente.
¡Hombre!... Todavía... Voy a insistir, a ver si la noto —y seguí explorando. La verdad es que, aquellas gemelas estaban duras, pero no por tumores ni gaitas, sino “per se”.
¿Por qué tarda tanto en el reconocimiento? ¿Es que nota algo anormal?
Señora, todo está normalísimo en este examen previo.
El que no estaba del todo normal era el aspirante a pintor que, ahora empezaba a pensar si no era mejor estudiar medicina.
Hemos acabado con esta fase —dije a mi “paciente” al tiempo que pensaba que, pocas veces se habrá utilizado esa palabra con más justicia.

Seguidamente, la joven, sin duda con alguna experiencia anterior en semejantes menesteres, pasó a la habitación contigua y depositó sus senos en el soporte de la máquina destinado a tal efecto. Metido como estaba en semejante embrollo usurpador, a estas alturas, no podía empezar con aclaraciones, así que decidí seguir adelante con la mamografía. Tiré de palancas, actué sobre mandos giratorios y pulsé botones a la buena de dios. Se encendieron luces, se iluminaron pantallas y comenzaron a aparecer gráficos y diagramas varios. Yo solamente quería que no saltase alguna chispa al exterior y chamuscase algún bonito seno de la guapa joven. Al parecer hubo suerte y los dos —por turnos— salieron del artilugio tan turgentes y pimpantes como entraron. 
 
Terminada la sesión y una vez vestida la mujer, se disculpó:
—Perdóneme doctor Repap por mi airado recibimiento, pero es que me estaba poniendo nerviosa con la espera. Por lo demás, debo decirle que estoy contenta de cómo se ha conducido en su trabajo. He quedado muy complacida.
—Por favor, señora, no se disculpe. El placer ha sido mío —dije poniendo en mi respuesta el mayor énfasis de veracidad que fui capaz. —Tendré que estudiar los datos que me ha suministrado la máquina y, acto seguido, nuestro departamento de atención al cliente le remitirá el correspondiente informe.
—Muchas gracias.

Al tiempo, yo no hacía más que preguntarme: ¿por qué me habrá llamado doctor Repap? Habitualmente soy de lentas reacciones, pero en alguna ocasión, mis neuronas aciertan a la primera y, en este caso, pude deducir que las letras de mi supuesto apellido —impresas en el bolsillo superior de mi bata— y que correspondían a la firma confeccionadora de la prenda, “Ropa Elaborada Para Actividades Profesionales” (REPAP), eran las que me apellidaban. 
 
—Perdón, doctor. ¿Puedo hacerle una pregunta de carácter personal?
—No faltaba más. Usted dirá.
—Ese apellido suyo, ¿no es de por aquí, verdad?
—Tiene razón. Mi padre emigró desde Hungría hace muchos años y, como es lógico, a mí me tocó heredar su apellido —dije al tiempo que sin darme cuenta, mis palabras adquirían un supuesto tono magiar y de forma involuntaria, semicerraba los ojos para darles un aspecto ligeramente oriental.
—Mire, doctor, este verano pienso acudir a este centro para que me sea realizada una completa exploración ginecológica y voy a pedir a la dirección del Igualatorio que me la realice usted en lugar del doctor García.
—¡No! ¡Por Dios! Yo... este verano... estaré... de vacaciones.
—Bueno, pues pospondré la cita hasta el otoño. Por un par de meses, no va a ocurrir nada.
—Señora, le agradezco la confianza que ha depositado en mi quehacer profesional y, aunque estaría complacidísimo en realizarle el reconocimiento, aquí, inter nos, debo confesarle que no está bien visto en la Compañía que los médicos nos quitemos los pacientes, unos a otros. Además, el doctor García es un profesional muy competente.
Con estas palabras pude convencer a la recalcitrante dama. La acompañé hasta la puerta, la despedí con toda la amabilidad de que soy capaz y, haciendo un desordenado e informe bulto con mi flamante “Repap”, salí al pasillo, recogí al vuelo mi abrigo y continué mi marcha hasta llegar al vestíbulo de la planta baja. Alcanzada la calle, respiré hondo e inicié el largo paseo hacia mi casa.

* * *

¡Coño, Anselmo! ¿Qué haces por aquí? —inquirió mi amigo Felipe, al tiempo que palmeaba confianzudamente mi hombro.
—Pues, ya ves. He venido para comenzar una nueva andadura en mi aprendizaje de pintor —respondí.
—Y, ¿qué tal? Cuéntame.
—Pues... normal... Un poco complicado el asunto, pero lo he pasado bien. Me ha tocado manipular una máquina que desconocía y también he tenido contacto muy directo con elementos agradables y excitantes. ¡Qué le iba a decir! A veces es más creíble una verdad a medias, e incluso una mentira, que la verdad desnuda.
—Y..., tú, Felipe, ¿cómo por este barrio?
—Pues nada, hombre. Que mi mujer se ha empeñado en que venga a esperarla. Esta mañana tenía que hacerse una mamografía.


Agustín Mañero
15/1/1997