Agustín Mañero
LOS
PELIGROS DEL BOSQUE
—Caperucita,
coge esa cesta con provisiones y llévasela a la abuelita. Llevas varios días
sin ir a verla y ya sabes lo sola y desamparada que está. No te entretengas por
el bosque; merodea el lobo y podría comerte. Ataca, sobre todo, a los niños y a
los ancianos.
—Ya
voy, mamá —responde, sumisa, la niña.
Y
así, alegre por volver a casa de su abuelita, la pequeña alcanza las
estribaciones del bosque. Allí, se entretiene observando los rojos y blancos de
una amanita muscaria, gira la cabeza para guiñar un ojo al verderón serrano que
gorjea, sonríe a la lagartija que repta, se sienta en el mullido musgo que tapiza
la sombra del enorme roble y se empapa del variado embrujo nemoroso.
De
pronto, le viene a la memoria el peligro anunciado por su mamá y, olvidando las mil tentaciones que le ofrece la
foresta, reanuda el camino. Siente hambre y tentada está de tomar alguna
golosina de las que lleva, pero, desiste.
Tam,
tam, tam.
—¿Quién
es?
—Soy
yo, abuelita, ábreme. Te traigo una cesta con provisiones.
—Hola
hija, ¿qué tal estás?
—Bien,
abuelita, bien, pero estoy hambrienta. ¿Qué tienes, hoy, para comer?
—Estofado
de lobo.
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