8 mar 2013

El niño al que se le murió el amigo, cuento mínimo de Ana María Matute

Como veo que seguís leyendo el blog, seguiré publicando algo cada semana que pueda gustaros por diversos motivos... o al menos que me guste a mí... además de lo que queráis enviar para su publicación: cuentos, poemas, comentarios de libros...


Hoy he querido traeros un cuento mínimo de la Antología de Cuentos e Historias Mínimas (Siglos XIX y XX), editado por Miguel Díez R. y publicado por Espasa Calvé en 2002.

Esta edición recopila 33 cuentos y 42 historias mínimas de "los autores más representativos del género en ambos siglos"... Sin embargo, no he podido encontrar más que a cinco mujeres:

Pues no, solo cuatro. Cuatro autoras en 75 obras de los siglos XIX y XX... ¿son invisibles las autoras literarias?

Fuente de la imagen: Linde5 - Galería de las letras

Aquí os dejo el cuento mínimo escrito por la gran Ana María Matute:



El niño al que se le murió el amigo

Una mañana se levantó y fue a buscar al amigo, al otro lado de la valla. Pero el amigo no estaba, y, cuando volvió, le dijo la madre:

-El amigo se murió.

-Niño, no pienses más en él y busca otros para jugar.

El niño se sentó en el quicio de la puerta, con la cara entre las manos y los codos en las rodillas. «Él volverá», pensó. Porque no podía ser que allí estuviesen las canicas, el camión y la pistola de hojalata, y el reloj aquel que ya no andaba, y el amigo no viniese a buscarlos. Vino la noche, con una estrella muy grande, y el niño no quería entrar a cenar.

-Entra, niño, que llega el frío -dijo la madre.

Pero, en lugar de entrar, el niño se levantó del quicio y se fue en busca del amigo, con las canicas, el camión, la pistola de hojalata y el reloj que no andaba. Al llegar a la cerca, la voz del amigo no le llamó, ni le oyó en el árbol, ni en el pozo. Pasó buscándole toda la noche. Y fue una larga noche casi blanca, que le llenó de polvo el traje y los zapatos. Cuando llegó el sol, el niño, que tenía sueño y sed, estiró los brazos y pensó: «Qué tontos y pequeños son esos juguetes. Y ese reloj que no anda, no sirve para nada». Lo tiró todo al pozo, y volvió a la casa, con mucha hambre. La madre le abrió la puerta, y dijo: «Cuánto ha crecido este niño, Dios mío, cuánto ha crecido». Y le compró un traje de hombre, porque el que llevaba le venía muy corto.


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