Enero de 2012
Sería culpa de la luna
llena, pero el caso es que por la savia de su albura, le subía un calor
desconocido, tierno y arrebatador. Aquel cosquilleo posiblemente fuese lo que
llaman amor, sentimiento que nunca había experimentado.
Llevaba
viéndolo treinta años y jamás le había parecido tan guapo. Quizá fuesen los
plateados rayos lunares que brillaban en el borde de sus hojas, quizá el
rítmico balanceo de sus ramas mecidas por el viento, quizá… No lo sabía con
certeza, pero el caso es que aquel roble, tan alto y tan buen mozo, le había
robado el corazón.
El
haya, coqueta, aprovechando un breve soplo de aire, le lanzó por entre sus
ramillas un silbido admirativo, recabando su atención. Respondió él agitando sus ramas con toda la fuerza
de su poderío, mientras sus hojas —algunas ya resecas—, entrechocaban con la
alegría de la castañuela y el júbilo de la pandereta.
Se
amaron.
Para
consumar ese amor, ella dejó caer su más hermoso hayuco que fue a dar junto a
su amado y él, conmovido, depositó su bellota más lustrosa contigua al preciado
regalo.
Hoy, a la vera del
cortafuegos, crece un esplendoroso híbrido fruto de una pasión vegetal.
Lagerstroemia
No hay comentarios:
Publicar un comentario