11 mar 2014
AMOROSO DESCUBRIMIENTO, un relato de Agustín Mañero escrito sin pensar
Relato creado por Agustín Mañero bajo la condición de hacerlo "sin pensar" (difícil, diría imposible misión) el 6/3/04
AMOROSO DESCUBRIMIENTO
— Me enamoré de mi vida un martes de agosto.
— !Cómo?
— Así fue; en un solo día. Verá: me levanté un martes agosteño, me apetecía reflexionar y, tras hacerlo larga y profundamente, me dije todo alborozado y henchido de irrefrenable gozo: “¡cómo amo a mi vida!”
— ¿Así de fácil?
— Hombre..., fácil, lo que se dice fácil, no fue. Pienso yo que, por extraños designios, por azares del destino, por la influencia de fuerzas telúricas, o ¡vaya usted a saber por qué!, ese martes y trece, tras cavilar, meditar y recapacitar con toda la intensidad de que soy capaz, me vi sumergido en un océano de amor, en un piélago de arrebatador cariño. Este hecho insólito, ese cúmulo de tiernos sentimientos desconocidos para mí, por fuerza tenía que afectar a mi vida, ¿no?
— Como no te expliques mejor...
— Cuando el tierno torrente me inundó, pensé que estaba bien eso de amar a todos y a todo, pero que, si así era, ¿por qué no habría de empezar por amar mi propia vida que, al fin y al cabo, es lo que tengo más a mano?
— Eso parece un peligroso acercamiento al egoísmo, y si lo fuese, estarías infringiendo las leyes divinas y las de humana convivencia.
— (¡Ya empezamos!). Que no, que no amo solo mi vida, sino que también. Vivo en un estado de enamoramiento general.
— No es fácil entenderlo, pero para ir atando cabos quiero preguntarte si en ese universal amor entra también el amor que debemos a Dios.
— Claro, padre, por supuesto. Cumplo el mandamiento que nos dice, “amarlo sobre todas las cosas”.
— Y siguiendo con los mandamientos, supongo que cumplirás con el cuarto y también amarás a tus padres ¿no?
— Claro, claro que sí. Antes les amaba un poco, bueno..., lo normal, pero desde ese martes, ¡jolín! ¡cómo los amo! Además, si ellos me han dado esta vida de la que estoy enamorado, es evidente que, así mismo, he de amar a quienes me la dieron.
— ¿Cumples los demás mandamientos?
— Siempre he procurado hacerlo, pero ahora, con este nuevo sentimiento, me resulta más factible. Por ejemplo, si hablamos del quinto, tengo que manifestar que odio el crimen y la violencia.
— Mal, hijo, mal. Una cosa es estar en contra de esos actos, y otra es odiarlos. Ese sentimiento nunca ha de estar presente en nuestro camino cristiano.
— ¡Pero si mi odio por el mal proviene de mi inmenso amor por el bien!
— Aun así. No debes odiar. Prosigamos con el siguiente mandamiento: el sexto.
— Está bien, ¿cómo debo expresarme para hablar de él?, ¿debo decir que amo el no fornicar? Yo creo que ese acto se realiza, algunas veces, con amor, aunque hay otras...
— Hijo, permíteme darte un consejo: no estaría de más que, mientras te estés confesando del sexto mandamiento, borres de tus ojos esa mirada libertina y, a la vez, disimules la expresión rijosa de tu cara. No sé por qué me parece que mucho del amor ese que te desborda toma ese derrotero pecaminoso. Seguro que, ahora, me vas a decir que también amas a la mujer del prójimo. ¿No?
— Ya le he dicho que, desde ese martes de marras, mi amor es universal y si en el concepto de universo también entran las prójimas — por cierto, ¡qué mal suena esa palabra!— , asimismo he de amarlas. ¡Fíjese que amo hasta a las feas!
— Las feas también tienen derecho a ser queridas o... ¿es que, acaso, no son hijas de Dios?
— Desde luego, padre, pero no me negará que cortejar a algunas tiene su mérito. En ciertos casos, más que amor se necesita osadía.
— Mira hijo, mejor será que dejemos las disquisiciones amatorias y nos centremos en otros aspectos religiosos y morales.
— Nos centraremos en lo que usted quiera, pero yo he venido aquí a hablar de mi enamoramiento por mi vida. Es una carga inesperada que me ha caído encima y no sé qué hacer con tal cantidad de amor que siento por mi existencia. A alguien se lo tenía que contar.
— Mi deber, mi vocación sacerdotal y mi paciencia me predisponen a escucharte, pero ¿no crees que te estás pasando con ese narcisista amor que, de repente, te ha acometido? Además, me parece que no te expresas con coherencia, de forma creíble, y tampoco veo yo mucha congruencia en tus frases... Oye, ¿seguro que te encuentras bien? ¿No te habrá dado...
— ¿Que si estoy bien? Claro que lo estoy. Pero, ¿con qué coherencia e ilación de ideas voy a expresarme si se me ha ordenado que hable de un imprevisto y repentino enamoramiento por mi vida, pero que lo haga sin pensar en el argumento, en el precedente y en el consecuente? ¡Jod...! ¡Si es que así no se puede! Ya me gustaría a mí ver a alguien que yo me sé en semejante brete.
— Bueno, por ahora, será mejor dejarlo. Ve con Dios, hijo mío.
— Falta me hará.
— ¿Qué?
— Nada, nada. Ya veo que no se ha enterado del amor que siento por mi vida.
Agustín Mañero
6/2/04
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