1º de Ciencias Humanas
En esta tertulia literaria, José R. Boedo, Luis Recarte y Agustín Mañero charlan sobre un relato de Agustín Mañero. El trabajo refleja algunas reflexiones de los contertulios con respecto al aspecto social que refleja el relato.
Podéis escuchar aquí su charla:
Este es el relato al que se hace referencia, por si preferís leerlo antes de escucharlo:
SER O PARECER
La mujer, tras unos titubeos ante la
puerta, la cruza con paso tímido e indeciso.
―Buenos
días, señor Pajuelo.
―Hummm.
¿Qué pasa? ―le responde un destemplado
vozarrón que busca salida por entre amedrentadores bigotazos.
―No
es que… verá usted; yo venía por ver si ha llegado el envío de mi Paco. Ya sé
que vine ayer y anteayer, pero…
―Oye
Lucía, ¿tú crees que, en la oficina de Correos, no tengo más tarea que vigilar día y noche si te llega o no el
dinero de tu Paco? No te imaginas el trabajo que tengo para que encima vengas
a... Además hoy es viernes, faltan pocos
minutos para la una del mediodía y enseguida voy a cerrar. Tendrás que volver
el lunes.
―Perdone
don Genaro, no quería molestarle, pero es que necesito… ―la frase muere en su
comienzo. Aquella voz, humilde, acostumbrada a no ser tenida en cuenta, vacila
y pensando en su inutilidad, calla.
―¡A
ver, a ver! ¿A qué viene tanta urgencia?
¡Venga, dilo! Supongo que el dinero
te llegará un día de estos; ¡oye, que yo no me lo voy a quedar! ¿eh? Además, un
giro internacional tarda lo suyo; por lo menos en este pueblo ―rugen las fauces
del airado funcionario.
―No,
si ya lo sé don Genaro, pero es que… hoy he ido a la botica, a por un remedio urgente
para mi Rosita, y don Raimundo, el boticario, dice que ya no me puede fiar más;
que mi cuenta llega ya a los ochenta euros. Mi pequeña está muy malita y… sin
medicinas…
La angustia
ahoga la locución de la modosa mujercilla que, en su desespero, ha encontrado
fuerza para hilvanar esa frase que presume baldía y, enjugando una lágrima callada
que rezuma congoja, abandona la estafeta.
* * *
―Ya voy, ya voy.
― …
―¿Cómo
usted por aquí, don Genaro?
―Ya ves, hija. A los pocos minutos de
marcharte tú me ha llegado la remesa que esperabas desde ese pueblo franchute a
donde tu Paco ha ido a vendimiar. No he tenido tiempo de contabilizarlo, pero como
me cogía de paso hacia mi casa, me he dicho: “Genaro, llégate donde la Lucía y adelántale cien
euros de la caja. El lunes, cuando vuelvas a la oficina, ya pondrás en orden
este asunto”.
―Gracias,
señor Pajuelo ―responde la mujer con un hilo de voz― y…¿esa muñeca?
―¡Bah!
No tiene importancia. La tenía arrinconada en un cajón de mi mesa; no sé quién
se la pudo olvidar… ―susurra el hombrachón tratando de que su voz abandone el
habitual tono áspero y rudo mientras, con disimulo, arranca la etiqueta del juguete.
Lucía
no responde. A veces el silencio es más elocuente que las razones y las miradas
suenan mejor que el más elaborado discurso.
Esta
vez, la lágrima de la mujer no es de congoja.
Agustín
Mañero
2 de noviembre de 2009
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