27 ene 2013

Ser o parecer. Tertulia literaria.

Participantes en la tertulia: José R. Boedo, Luis Recarte, Agustín Mañero.
1º de Ciencias Humanas

En esta tertulia literaria, José R. Boedo, Luis Recarte y Agustín Mañero charlan sobre un relato de Agustín Mañero. El trabajo refleja algunas reflexiones de los contertulios con respecto al aspecto social que refleja el relato.

Podéis escuchar aquí su charla:


Este es el relato al que se hace referencia, por si preferís leerlo antes de escucharlo:



SER O PARECER

La mujer, tras unos titubeos ante la puerta, la cruza con paso tímido e indeciso.
         ―Buenos días, señor Pajuelo.
         ―Hummm. ¿Qué pasa?  ―le responde un destemplado vozarrón que busca salida por entre amedrentadores bigotazos. 
         ―No es que… verá usted; yo venía por ver si ha llegado el envío de mi Paco. Ya sé que vine ayer y anteayer, pero…
         ―Oye Lucía, ¿tú crees que, en la oficina de Correos, no tengo más tarea  que vigilar día y noche si te llega o no el dinero de tu Paco?  No te imaginas  el trabajo que tengo para que encima vengas a...  Además hoy es viernes, faltan pocos minutos para la una del mediodía y enseguida voy a cerrar. Tendrás que volver el lunes.
         ―Perdone don Genaro, no quería molestarle, pero es que necesito… ―la frase muere en su comienzo. Aquella voz, humilde, acostumbrada a no ser tenida en cuenta, vacila y pensando en su inutilidad, calla.
         ―¡A ver, a ver! ¿A qué viene tanta urgencia?  ¡Venga, dilo!  Supongo que el dinero te llegará un día de estos; ¡oye, que yo no me lo voy a quedar! ¿eh? Además, un giro internacional tarda lo suyo; por lo menos en este pueblo ―rugen las fauces del airado funcionario.
         ―No, si ya lo sé don Genaro, pero es que… hoy he ido a la botica, a por un remedio urgente para mi Rosita, y don Raimundo, el boticario, dice que ya no me puede fiar más; que mi cuenta llega ya a los ochenta euros. Mi pequeña está muy malita y… sin medicinas…
         La angustia ahoga la locución de la modosa mujercilla que, en su desespero, ha encontrado fuerza para hilvanar esa frase que presume baldía y, enjugando una lágrima callada que rezuma congoja, abandona la estafeta.

*          *          *
―Ya voy, ya voy.
         ― …
         ―¿Cómo usted por aquí, don Genaro?
―Ya ves, hija. A los pocos minutos de marcharte tú me ha llegado la remesa que esperabas desde ese pueblo franchute a donde tu Paco ha ido a vendimiar. No he tenido tiempo de contabilizarlo, pero como me cogía de paso hacia mi casa, me he dicho: “Genaro, llégate donde la Lucía y adelántale cien euros de la caja. El lunes, cuando vuelvas a la oficina, ya pondrás en orden este asunto”.
         ―Gracias, señor Pajuelo ―responde la mujer con un hilo de voz― y…¿esa muñeca?
         ―¡Bah! No tiene importancia. La tenía arrinconada en un cajón de mi mesa; no sé quién se la pudo olvidar… ―susurra el hombrachón tratando de que su voz abandone el habitual tono áspero y rudo mientras, con disimulo, arranca la etiqueta del juguete.
         Lucía no responde. A veces el silencio es más elocuente que las razones y las miradas suenan mejor que el más elaborado discurso.
         Esta vez, la lágrima de la mujer no es de congoja.

         Agustín Mañero
2 de noviembre de 2009 

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