Autora del artículo: Marian Elorza
“Una imagen vale más que mil palabras” cuestionable ¿verdad? En cambio, hay imágenes que a casi todo el mundo nos transmiten las mismas sensaciones. Por ejemplo, una fotografía de Gustavo Adolfo Bécquer, nos transporta a un mundo de ensoñaciones, de romanticismo en estado puro, ni nos cuesta creer que su salud fuera frágil…
Pero ahora, juguemos a tomar a Pablo Neruda o a Gabriel Celaya, digamos que son “feotes”. ¡Qué poco tiene que ver su aspecto con la ternura y profundidad de sensaciones que nos despiertan sus obras!
Se suele discutir sobre si el artista nace o se hace. Lo que es incuestionable es que sin inspiración no hay composición artística, pero ¿cómo surge ésta? Asociada a un brote de creatividad irracional e inconsciente, según los griegos cuando el poeta alcanza un estado de éxtasis, quizás sea un proceso azaroso pero completamente natural de asociación de ideas y pensamiento unísono repentino. Freud la ubica en el subconsciente y, las teorías materialistas divergen entre las que consideran a las fuentes como puramente internas y las que abogan por fuentes puramente externas.
A mí me gusta imaginar que los poetas son como una hidra fantástica, con un mundo y unos sueños diferentes en cada una de sus cabezas o que tienen un corazón enorme dividido en grandes espacios donde almacenan sus emociones. Abren y cierran sus puertas desgranando sus hermosos versos.
¿Cuantos aspectos personales influyen a la hora de estimar una obra? Los tópicos con respecto a la música clásica (no me dice nada, me aburre, no la entiendo) los podríamos trasladar en la literatura más a la poesía que a la prosa, pero en cualquier caso desde nuestra formación cultural, nuestros hábitos de lectura, nuestro estado anímico, si leemos de día o de noche, con música o en silencio, todo influye en la valoración final, sea coincidente o no con la de los críticos. Teniendo en cuenta que hay gente que sin ningún rubor hace suyas otras opiniones que no comparte.
Recuerdo una anécdota sobre el “Ulises” de Joyce (para mí “infumable” o al menos lo fue en su día) que decía que si la mitad de las personas que decían haberlo leído lo hubieran comprado el número de sus ediciones se hubiera multiplicado por mil.
El cine, el teatro, tienen magia, nos transportan a otros mundos, otras vidas, escenarios y situaciones que normalmente nada tienen que ver con nuestra vida cotidiana, pero se parecen en algo, porque aunque te abstraigas de tu entorno, siempre es compartido con el resto de los espectadores, lo que te emociona o te inquieta es para todos, los que están a tu lado, los de adelante, los de atrás.
Un libro no. Es sólo tuyo, lo tienes en tus manos, lo abres, buscas la página donde dejaste de leer, y te metes en él. Es tu historia, como si el autor lo hubiera escrito directamente para ti, vuelves atrás, relees algo que se te ha escapado, casi dialogas con él, sonríes, te preocupas por el desarrollo de la obra, durante un tiempo es como si fuera una vida dentro de ti.
Al final, somos el resultado de los libros leídos, la música escuchada, los cuadros y esculturas vistos, o incluso las películas y piezas teatrales disfrutadas. Y ya si escribes, compones, pintas, esculpes o formas parte del film, la sensación debe de ser arrolladora.
ResponderEliminarAsí es, M@k. Nunca acabamos de "ser", estamos en continua construcción. Ahora que estamos en época de recortes, las artes son las primeras que los sufren por "accesorias y prescindibles".
ResponderEliminarLa creación es liberadora, emocionante, excitante... el juego más divertido.