14 abr 2017

¿Quién soy yo?

No en la primera sino en la última
página de la crónica es donde está
escrito el nombre verdadero del hé-
roe; y no al comenzar sino al acabar
la jornada, es cuando acaso pueda
decir el hombre cómo se llama.

I
Yo no soy el filósofo.

El filósofo dice: Pienso… luego existo.

Yo digo: Lloro, grito, aullo, blasfemo… luego existo.

Creo que la Filosofía arranca del primer juicio. La Poesía, del primer lamento. No sé cuál fue la palabra primera que dijo el primer filósofo del mundo. La que dijo el primer poeta fue: ¡Ay!

    ¡Ay!

Este es el verso más antiguo que conocemos. La peregrinación de este ¡Ay! por todas las vicisitudes de la historia, ha sido hasta hoy la Poesía. Un día este ¡Ay! se organiza y santifica. Entonces nace el salmo. Del salmo nace el templo. Y a la sombra del salmo ha estado viviendo el hombre muchos siglos.

Ahora todo se ha roto en el mundo. Todo. Hasta las herramientas del filósofo. Y el salmo ha enloquecido: se ha hecho llanto, grito, aullido, blasfemia… y se ha arrojado de cabeza en el infierno. Aquí están ahora los poetas. Aquí estoy yo por lo menos.

Este es el itinerario de la Poesía por todos los caminos de la Tierra. Creo que no es el mismo que el de la Filosofía. Por lo cual no podrá decirse nunca: éste es un poeta filosófico.

Porque la diferencia esencial entre el poeta y el filósofo no está, como se ha creído hasta ahora, en que el poeta hable con verbo rítmico, cristalino y musical, y el filósofo con palabras obstrusas, opacas y doctorales, sino en que el filósofo cree en la razón y el poeta en la locura.

El filósofo dice:
Para encontrar la verdad hay que organizar el cerebro.

Y el poeta:
Para encontrar la verdad hay que reventar el cerebro, hay que hacerlo explotar. La verdad está más allá de la caja de música y del gran fichero filosófico.

Cuando sentimos que se rompe el cerebro y se quiebra en grito el salmo en la garganta, comenzamos a comprender. Un día averiguamos que en nuestra casa no hay ventanas. Entonces abrimos un gran boquete en la pared y nos escapamos a buscar la luz desnudos, locos y mudos, sin discurso y sin canción.

Además, los poetas sabemos muy poco. Somos muy malos estudiantes, no somos inteligentes, somos holgazanes, nos gusta mucho dormir y creemos que hay un atajo escondido para llegar al saber.

Y en vez de meditar como el filósofo o de investigar como los sabios, ponemos nuestros grandes problemas en el altar de los oráculos o dejamos que los resuelva aleatoriamente una moneda de diez centavos.

Y decimos, por ejemplo: Puesto que no sé quién soy… que lo decida la suerte.

¿Cara o cruz?

II

¿CARA O CRUZ? ¿ÁGUILA O SOL?

Filósofos,
para alumbrarnos, nosotros los poetas
quemamos hace tiempo
el azúcar de las viejas canciones con un poco de ron.
Y aún andamos colgados de la sombra.
Oíd,
gritan desde la torre sin vanos de la frente:
¿Quién soy yo?
¿Me he escapado de un sueño
o navego hacia un sueño?
¿Huí de la casa del Rey
o busco la casa del Rey?
¿Soy el príncipe esperado
o el príncipe muerto?
¿Se enrolla
o se desenrolla el film?
Este túnel
¿me trae o me lleva?
¿Me aguardan los gusanos
o los ángeles?
Mi vida está en el aire dando vueltas.
¡Miradla, filósofos, como una moneda que decide! ¿Cara o cruz?
¿Quién quiere decirme quién soy?
¿Oísteis?
Es la nueva canción,
y la vieja canción,
¡nuestra pobre canción!
¿Quién soy yo?... ¿Águila o sol?...

–Mirad. Perdí… Filósofos, perdí.

Yo no soy nadie.
Un hombre con un grito de estopa en la garganta y una gota de asfalto en la retina.
Yo no soy nadie.
Y no obstante, estas manos, mis antenas de hormiga,
han ayudado a clavar la lanza en el costado del mundo
y detrás de la lupa de la luna hay un ojo que me ve como a un microbio royendo el corazón de la Tierra.
Tengo ya cien mil años y hasta ahora no he encontrado otro mástil de más fuste que el silencio y la sombra donde colgar mi orgullo,
tengo ya cien mil años y mi nombre en el cielo se escribe con lápiz.
El agua, por ejemplo, es más noble que yo.
Por eso las estrellas se duermen en el mar
y mi frente romántica es áspera y opaca.
Detrás de mi frente –filósofos, escuchad esto bien–,
detrás de mi frente hay un viejo dragón:
El sapo negro que saltó de la primera charca del mundo
y está aquí, aquí, aquí,
agazapado en mis sesos, sin dejarme ver el Amor y la Justicia.
Yo no soy nadie, nadie.
Un hombre con un grito de estopa en la garganta y una gota de asfalto en la retina… Yo no soy nadie, filósofos…
Y éste es el solo parentesco que tengo con vosotros.-

León Felipe (1967). LIBRO VI. ¿QUIÉN SOY YO?... ¿CARA O CRUZ? En ganarás la luz. Biblioteca León Felipe. Colección Málaga, S.A., México, colección publicada gracias al trabajo de Rafael Giménez Siles

Cosas que me vinieron en una conversación con Txetxo... que me pidió que le recomendara un libro sobre educación y acabó llevándose dos ejemplares de Alfileres, Coplas Libertarias, de ¿Isabel Escudero?...

lo encontramos en una de esas tiendas de libros de segunda mano en Cuernavaca
y en eso que la lista de reproducción me ha traído esta canción...


El filósofo pregunta: ¿quién soy yo? y responde: Pienso, luego existo.
El poeta pregunta: ¿quién soy yo? y responde: Siento, luego vivo.

En las culturas populares no se pregunta:  ¿quién soy yo? sino ¿con quién estoy yo?... estoy con quien vivo. Continuamente se va respondiendo a esa pregunta, en la vida cotidiana, lejos de heroísmos, del espectáculo, de biografías... La filosofía te saca de la vida para pensar... la poesía necesita de la vida para sentir... en las culturas populares no se separa el pensar/sentir/hacer, el centro de la vida es la vida...

LOS NADIE. Eduardo GALEANO

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