11 jun 2013

Ensoñaciones

Autor: Agustín Mañero 

Y se fueron. Se fueron todos, hace mucho, aunque yo sigo viéndoles reunidos, y me mira Julián con aquella mirada socarrona, medio de broma medio de veras, tal y como solía cuando llegaba a nuestra casa, que siempre llegó hasta que un día, no. Desde mi casa, a diario, podía verle a él y a los otros caminando hacia mí, pero ahora no puedo. ¿Por qué no se llega hasta aquí? 

Esta nueva casa no me gusta nada. Dicen que es mía, pero no es cierto. Yo le quitaría las rejas que me impiden asomarme mientras le espero a él, al hombre. Pero ya apenas me importa, no me importa casi nada. Tampoco regresa Ricardo. Ahí está, inmóvil como su padre, pero me sonríe. Me sonríe siempre. Es mi hijo y me quiere. También me quiere Adela o... ¿lo finge porque me envidia? Las hermanas han de quererse y yo la sigo queriendo. También quiero a “Rabón”, la gente dice que a los perros no se les trata como a personas, pero yo sí lo hago; quiero a todos, y más los querría si no hubiese rejas y saliese al campo y corriese por los prados, hasta llegar a la ermita de San Prudencio, y cogiese flores para el jarrón de la mesa del comedor, del comedor de mi casa.

Dicen que ésta es mía, pero tratan de engañarme. Mi casa no tiene rejas y, cuando en ella vivía, hablaba con todos; sobre todo con los míos. Ahora también hablo, pero poco. Lo hago con otros y a veces no me contestan. Quiero los abrazos y la conversación de Julián, la risa del niño, las desabridas palabras de Adela. La palabra es buena para comunicarse, y las gentes necesitan hacerlo. Yo hablo menos cada vez y apenas me escuchan. Me miran, fijan su mirada en... ¿irá su mirada a la otra casa?, ¿a mi casa? Si yo fuese a ella, ¿me hablarían? No, no puedo ir. No sé dónde está la llave de esta puerta. “No la busques”, me dijeron y no la he buscado. Si no hubiese rejas, saldría para abrazar a Julián y también a Ricardo y ¿a Adela? Sí, a Adela también. A “Rabón”, no. Un perro es un perro y a los animales no los abrazo.

Ninguno de los cuatro termina de traspasar el río, esa agua que me separa de ellos, esa agua que no es obstáculo y que se puede salvar cruzando el puente. ¿Por qué no terminan de hacerlo? Quizá lo hagan mañana y se lleguen hasta aquí y busquen la llave y, cuando la encuentren, me lleven a mi casa, a mi casa que está lejos, lejos, en mis recuerdos. Cuando Julián llegue a este lado del puente, me uniré a él, me acariciará recio y mi hijo, al que veo muy crecido, me besará y... ¿Adela? ¿Se enfadará Adela porque no les espero en la casa de siempre? “Rabón”, con los ojos tristes, me pedirá un hueso. Tendré que darme prisa para limpiar todo, después de tanto tiempo ausente... Quitar el polvo, ventilar las habitaciones, lavar la ropa... Luego me ocuparé del corral, de las gallinas, de... Quizá no crucen el puente, no vengan a buscar la llave, no quiten las rejas y me dejen sola, aquí, esperando a ver si se deciden a cruzar el río. Quizá se vayan yendo a otros sitios, sin mí. Ya casi nada me importa, pero yo los sigo viendo a todos. Inmóviles.

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